El
pasado 15 de octubre un incendio de proporciones gigantescas arrasó buena parte
de Portugal y Galicia, ayudado por el viento loco, derrumbando gigantes
centenarios de troncos macizos y copas orgullosas, cobrando su diezmo a miles
de personas. Al día siguiente despertamos en una densa nube de humo, cada uno
buscando algo, quien sus parientes, quien sus caballos, quien su vehículo.
Contando lo perdido y llorando de alegría por lo salvado. Compartiendo relatos
de miedo y destrucción.
Dos
meses más tarde: árboles carbonizados, árboles agonizando, árboles
desvitalizados, árboles caídos como heridos de guerra, abriendo profundas
grietas en las entrañas de la tierra, árboles de pie, negros y secos contra el
cielo, como puntos de interrogación. Pinos lloviendo sus tamujas color zorro,
llorando su propia muerte. Olivas achicharradas, sin cosechar, colgando de las
ramas marrones como lágrimas oscuras.
Tierra
con cara de ceniza y rocas transformadas en negros bultos de los dos lados de
la estrada. Los restos de almacenes, casas, cabañas y galpones, hierros
retorcidos, chapas contorsionadas, tejas hechas trizas.
En el
medio de todo ello, franjas intactas de vegetación. El verde de la hierba que
ya volvió a nacer. Casas preservadas. Niños y perros que juegan, tan alegres
como hace dos meses, tres meses, antes.
Y la
sed. La sed de la tierra, la sed de los árboles, la sed de los arroyos y pozos,
la sed de los ríos. La tierra esperando la lluvia. Agua ven, ven donde pasó el
Fuego. Agua permite a la Tierra recibir el abono de las cenizas. Agua
bondadosa, comienza a caer, suave y calma, derrama sobre las heridas calientes
tu bendición de gotas. Agua, furiosa, ¿por qué caes violenta y lavas con
demasiado ímpetu, dejando la tierra desnuda, lavando las cenizas a baldazos y
despojando la tierra del abono, de la protección, de las capas que aseguran su
fertilidad…?
¿Qué
aprendemos, los testigos humanos, frente a las manifestaciones de los poderosos
elementos? El Arbol contiene la tierra… Asesinamos al árbol y la tierra huye,
sin contención, sin raíces, sus riquezas minerales, el Metal, desperdiciado. El
Agua apacigua al Fuego. En cantidades justas, en el momento justo. El Agua
furibunda destruye, inunda, causa tantos estragos como su contrincante, el
Fuego. El Fuego, sí, fascinante, pero cuando actúa desatado y loco no tiene
frenos, en una noche transforma la riqueza vegetal en cementerio, la vida
animal en huída frenética, la vida humana en desierto poblado de mil recuerdos
y ninguna flor.
Aprendemos
quizás lo pequeños que somos. Aprendemos que para cumplir con la misión de ser
los guardianes del planeta, de las especies que lo habitan, incluyendo la
propia, tenemos aún bastante que aprender. Los excesos conducen a excesos, la
espiral se enrosca sobre si misma y se nos erizan todos los pelos, atrapados en
el vórtice. Ver una minúscula ramita verde naciendo de un tronco ennegrecido es
un como oír un himno glorioso, aprendemos la esperanza.