miércoles, 13 de diciembre de 2017

Fuego ...

El pasado 15 de octubre un incendio de proporciones gigantescas arrasó buena parte de Portugal y Galicia, ayudado por el viento loco, derrumbando gigantes centenarios de troncos macizos y copas orgullosas, cobrando su diezmo a miles de personas. Al día siguiente despertamos en una densa nube de humo, cada uno buscando algo, quien sus parientes, quien sus caballos, quien su vehículo. Contando lo perdido y llorando de alegría por lo salvado. Compartiendo relatos de miedo y destrucción. 

Dos meses más tarde: árboles carbonizados, árboles agonizando, árboles desvitalizados, árboles caídos como heridos de guerra, abriendo profundas grietas en las entrañas de la tierra, árboles de pie, negros y secos contra el cielo, como puntos de interrogación. Pinos lloviendo sus tamujas color zorro, llorando su propia muerte. Olivas achicharradas, sin cosechar, colgando de las ramas marrones como lágrimas oscuras.

Tierra con cara de ceniza y rocas transformadas en negros bultos de los dos lados de la estrada. Los restos de almacenes, casas, cabañas y galpones, hierros retorcidos, chapas contorsionadas, tejas hechas trizas.

En el medio de todo ello, franjas intactas de vegetación. El verde de la hierba que ya volvió a nacer. Casas preservadas. Niños y perros que juegan, tan alegres como hace dos meses, tres meses, antes.
Y la sed. La sed de la tierra, la sed de los árboles, la sed de los arroyos y pozos, la sed de los ríos. La tierra esperando la lluvia. Agua ven, ven donde pasó el Fuego. Agua permite a la Tierra recibir el abono de las cenizas. Agua bondadosa, comienza a caer, suave y calma, derrama sobre las heridas calientes tu bendición de gotas. Agua, furiosa, ¿por qué caes violenta y lavas con demasiado ímpetu, dejando la tierra desnuda, lavando las cenizas a baldazos y despojando la tierra del abono, de la protección, de las capas que aseguran su fertilidad…?

¿Qué aprendemos, los testigos humanos, frente a las manifestaciones de los poderosos elementos? El Arbol contiene la tierra… Asesinamos al árbol y la tierra huye, sin contención, sin raíces, sus riquezas minerales, el Metal, desperdiciado. El Agua apacigua al Fuego. En cantidades justas, en el momento justo. El Agua furibunda destruye, inunda, causa tantos estragos como su contrincante, el Fuego. El Fuego, sí, fascinante, pero cuando actúa desatado y loco no tiene frenos, en una noche transforma la riqueza vegetal en cementerio, la vida animal en huída frenética, la vida humana en desierto poblado de mil recuerdos y ninguna flor.

Aprendemos quizás lo pequeños que somos. Aprendemos que para cumplir con la misión de ser los guardianes del planeta, de las especies que lo habitan, incluyendo la propia, tenemos aún bastante que aprender. Los excesos conducen a excesos, la espiral se enrosca sobre si misma y se nos erizan todos los pelos, atrapados en el vórtice. Ver una minúscula ramita verde naciendo de un tronco ennegrecido es un como oír un himno glorioso, aprendemos la esperanza.